En la costa atlántica francesa, en la región de Normadía, se encuentra el Mont-Saint-Michel. Un lugar fascinante, no solo porque guarde un pueblo fortificado y una fabulosa abadía gótica coronando sus alturas, sobre todo, porque por obra y gracia de las mareas, dos veces al día, se convierte en una isla.
Este islote rocoso es Patrimonio Mundial de la Unesco, y en él puedes disfrutar de un espectáculo natural muy singular: las mayores mareas de Europa. Contemplar la velocidad a la que sube y baja la marea, siendo capaz de dejar al descubierto distancias de hasta 15 kilómetros, con hasta 14 metros de diferencia ente la pleamar y la bajamar, parece magia.
El agua fue siempre su mejor defensa en la Edad Media, reforzada por las fortificaciones que fueron añadiendo a lo largo de los tiempos quienes fueron sus dueños y señores.
Su historia arrancó hace más de mil años, cuando en una noche de octubre del 708 el arcángel San Miguel se le apareció al obispo de Avranches, ordenándole levantar un santuario sobre este islote de granito de apenas 900 metros de perímetro y 80 de alto en mitad de una bahía atravesada por tres ríos, entre la frontera de los ducados de Bretaña y Normandía.
Destruida por un incendio aquella iglesia románica, en su restauración, comezó a lucir los esbeltos perfiles del nuevo estilo arquitectónico que se imponía en la época: el gótico.
El Mont-Saint-Michel es el segundo destino más visitado de Francia, despues de la Torre Eiffel. Hasta este monte escarpado llegan miles de visitantes encandilados por los tesoros de la abadía y, sobre todo, por el hechizo que envuelve la villa medieval cuando la cercan las aguas.
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